Hoy les propongo un regreso a aquellos años previos a la contienda civil. Lo haremos a través de la guía que el impresor y periodista Carlos Martín Crespo publicó en 1934. La
'Guía de Segovia' de Martín es un intento de acercar la ciudad y la provincia a un turismo que se populariza por momentos. En el prólogo del folleto, el periodista da en el clavo: «El moderno turismo es acelerado, como los tiempos que vivimos, y el turista, en las breves horas que permanece en una ciudad, anhela satisfacer su espíritu por completo, para marchar veloz a otro lugar donde pueda contrastar lo que acaba de ver, con lo que se le presenta a su contemplación».
Así, don Carlos recomienda llegar a Segovia en tren, el medio más rápido que había, pese a que el viaje desde Madrid duraba casi tres horas, tiempo que entonces parecía escaso:
«A las ocho y diez minutos de la mañana sale de la capital de la República un tren tranvía, cómodo y bien aseado, que llega a Segovia a las once. El viaje, por lo tanto, es delicioso y breve. Desde las ventanillas del tren puede el viajero recrear la vista en los panoramas encantadores que ofrece la Sierra y en la multitud de hoteles veraniegos levantados en los pueblos cercanos a la vía férrea: Villalba, Collado, Los Molinos, Guadarrama, Cercedilla, Tablada...» Evidentemente, el autor adjunta una tabla en la que detalla los horarios del ferrocarril, medio de locomoción que cruzaba la provincia de sur a norte a través de la línea de Medina del Campo, lo que facilitaba el acceso a otras poblaciones rurales dignas de visitar. La guía diferencia entre la ciudad y la provincia y aporta información práctica sobre servicios y alojamientos. Esto permite acercarse a la realidad segoviana de aquella época ya lejana.
La capital
Martín procura al viajero ricas descripciones e información exhaustiva de los monumentos más significativos de la ciudad: el Acueducto, la Catedral y el Alcázar, y las iglesias del Corpus, San Millán, San Lorenzo, San Martín, Los Templarios (Veracruz), San Juan de los Caballeros, San Esteban, Santa María del Paral, San Antonio el Real, Santa Cruz y el Seminario. Y propone una ruta rápida por la ciudad que debe partir del Alcázar e incluir paradas en la Catedral, en la plaza de las Sirenas, en la Canaleja y en el Azoguejo, donde se puede tomar un coche de caballos para visitar el convento de San Antonio el Real, ya en las afueras de la ciudad, la iglesia de San Lorenzo, el convento de Santa Cruz y la Cueva de Santo Domingo, el Monasterio del Parral, la Vera Cruz y el Santuario de la Fuencisla.
En cuanto a hoteles, hospedajes y restaurantes, la Segovia de los años treinta posee algunos de reconocido prestigio. El Comercio Europeo, el París Fornos, el Victoria, el Casas, todos en el entorno de la Plaza Mayor; y la Parisiana, enfrente de la estación de ferrocarril, son los mejores. Luego están la pensión Isabela, en la calle Cervantes; las posadas del Gallo, del Potro y de la Paloma; y los paradores de Vizcaínos, del Norte y del Acueducto. En cuanto a hornos de asar, destacan el de Cándido López, en el Azoguejo; el de Julián Duque; en Cervantes; el de la Viuda de Arribas, en Herrería, y El Chívere, en la Travesía del Patín. Y no hay que olvidar los ventorros típicos de la Mina, de San Pedro Abanto y Chamberí, entre otros. En el apartado de cafés y restaurants, Martín cita el Castilla, en la Canaleja; La Unión, en Juan Bravo; San Francisco, en la calle del mismo nombre; La Suiza y el Juan Bravo, en la Plaza Mayor; el Venecia, en Cervantes; y el Columba y el Turismo, ambos en el Azoguejo.
La provincia
En la actualidad, la modalidad del turismo rural ha ayudado a conocer más y mejor los encantos de la provincia, pero hace ochenta años, el territorio segoviano estaba por descubrir. La guía de Martín es, después de la Félix Gila de 1906, la primera que de verdad acerca el ámbito rural segoviano al turismo incipiente. El autor subraya que la provincia posee cerca de 2.000 kilómetros de carreteras y caminos vecinales en muy buen estado de conservación, muchos de los cuales sirven para llegar al 90% de los pueblos de importancia arquitectónica y turística.
«La provincia de Segovia -prosigue- tiene acaso más que ninguna otra, panoramas y sitios encantadores».
La guía considera irrenunciable la estancia en San Ildefonso para visitar los Jardines, el Palacio y las Fuentes, y da el nombre de tres alojamientos: el hotel Europeo, en la calle Infanta Beatriz; y las pensiones María y España. Después, propone dos rutas para internarse en la provincia: una de 141 kilómetros con paradas en Cuéllar, Coca y Santa María la Real de Nieva; y otra de 132 kilómetros para visitar Pedraza, Sepúlveda y Turégano, ambas con Segovia como punto de partida y llegada.
De Cuéllar reseña Carlos Martín que es el pueblo más grande de Segovia y que destaca por sus industrias de achicorias, harinas, resinas y electricidad. Dignos de ver son el castillo, las iglesias de San Esteban, San Martín, Santa María de la Cuesta y El Salvador, y las casas señoriales de Diego Velázquez, Juan de Grijalva, Antonio Herrera o la de los Rojas, familia que disfrutó el mayorazgo de Cuéllar. Martín se detiene luego en Coca, que sobresale por su castillo mudéjar, «acaso la más hermosa construcción militar de España», dice, y en Santa María de Nieva, su patria chica, situada a tan sólo dos kilómetros de la estación de ferrocarril.
En la segunda ruta, se recomienda con especial ahínco Pedraza de la Sierra, digna de «cuantos quieran vivir momentos de gratísima emoción», así como Sepúlveda, «compendio del arte difundido por España», y Turégano, coronada por su imponente castillo, aunque también Riaza, Ayllón, Martín Muñoz de las Posadas, Maderuelo, Carbonero el Mayor, Villacastín, Prádena, Casla, Paradinas, Aldeonte, Cantalejo, Aguilafuente, Fuentepelayo, Fuentidueña y Castiltierra.
Martín conocía la provincia como la palma de su mano, pues se había recorrido sus polvorientos caminos en sus andanzas al frente de la banda de música que dirigía, La Popular, que en verano iba de pueblo en pueblo amenizando bodas, fiestas y otros regocijos populares. Si en aquellos años hubo alguien verdaderamente querido en esta provincia campesina y anclada en el pasado, ése fue Carlos Martín.
En 1934, sólo 33 pueblos de la provincia tenían servicio de teléfono público, mientras que el Telégrafo del Estado llegaba a San Ildefonso, El Espinar, Carbonero el Mayor, Cuellar, Riaza, Santa María de Nieva, Turégano y Sepúlveda. El territorio provincial contaba con 167.747 habitantes, de los cuales 18.027 residían en la capital y el resto, en el campo. Cuéllar era la segunda localidad más poblada, con 5.060 vecinos. San Ildefonso sumaba 4.045 y El Espinar, 3.619. Como curiosidad, cabe reseñar que entre Palazuelos de Eresma, San Cristóbal y Tabanera contabilizaban 781 habitantes. Los tiempos han cambiado, y algunos lo han notado más que otros.
Fuente: El Norte de Castilla