4 de noviembre de 2008

Caravanas de piedras

La penuria económica, la connivencia del poder y la pasión americana por el estilo español permitió la enajenación del patrimonio regional, según recoge un estudio.

Caravanas de vehículos cargados de piedras con la historia castellana tallada cruzaron durante el primer tercio del siglo XX la Península sin que nadie pusiera reparo alguno. Aunque llevaran monasterios embalados como el de Sacramenia. Es sólo un ejemplo de los elegidos por María José Martínez Ruiz en su estudio 'La enajenación del patrimonio en Castilla y León (1900-1936)'.

«El despojo fue masivo, así que elegí los casos más ilustrativos y flagrantes. Me interesaba analizar qué circunstancias lo propiciaron. Y fueron múltiples: desde una legislación muy laxa hasta el régimen caciquil que permitió negociar a las elites, a veces silenciando a la prensa. A todo ello se suma la necesidad económica», afirma la historiadora.

El período elegido, los primeros 36 años del siglo XX, viene determinado por «desembocar todo el proceso del XIX, siglo de la gran debacle del patrimonio español a causa de la ocupación francesa y la desamortización eclesiástica, es el punto de partida».

Embalado y depositado en el puerto de Nueva York

Y en segundo lugar por la coincidencia de grandes fortunas estadounidenses, la avidez de estos magnates por el 'spanish revival style' (el estilo español de la conquista) y la necesidad de vender de las familias nobiliarias europeas y españolas venidas a menos. «En las primeras décadas del XX el mercado del coleccionismo artístico y de antigüedades empieza a dinamizarse por esta demanda exterior. Es cuando se conforman las grandes colecciones de arte norteamericanas. Los magnates hacen acopio de obras que en muchos casos dio pie a grandes museos como The Cloisters, de Rockefeller, o la Hispanic Society».

'Saqueador de conventos'
En España se intensifica, «hay una gran demanda de escultura, de muebles, de arquitectura». El comprador más voraz será William Randolph Hearst, dueño de la prensa amarilla, que tenía a su servicio a Arthur Byne. «Fue un personaje muy singular. En aquella época era muy conocido, junto a su mujer, como grandes estudiosos. Lucen la imagen del hispanista en los círculos artísticos de la época. Tienen interesantes publicaciones que los avalan. Pero en un determinado momento, como reconocen en una carta, se dan cuenta de lo fácil que es comprar y vender y que sería una tontería perder la oportunidad de hacer negocios», explica esta profesora de la Universidad de Valladolid quien señala que les abrían las puertas en España, «eran bien recibidos como historiadores.

El propio Byne se llama a sí mismo 'saqueador de conventos'». Aunque se cuidaba de no dejar rastro escrito, Martínez lo ha seguido a través de los inventarios de Hearst en EE. UU. Y su correspondencia da fe de los excelentes contactos políticos con el departamento de Bellas Artes de España. «Eso le servía para moverse bien».

Otro de los agentes que trabajó profusamente en lo que hoy es Castilla y León fue León Levi, «personaje siniestro» que llega a reprochar al Estado Español la desidia para con su riqueza artística y abundó en el argumento defendido en algunos foros sociales de que «quizá esas piezas en otros lugares recibieran los cuidados necesarios para su conservación que se les negaba en España».

Canje de Estado
Aunque el caso del Monasterio de Sacramenia lo tira por tierra, «ya que su comprador, Hearst, lo dejó en el muelle al que llegó». Embalado en paja, a su llegada a Nueva York y ante el temor de que transportara la fiebre aftosa, se obligó a vaciar todas las cajas y rellenarlas con serrín.

«Nunca recibió los cuidados que necesitaba. Se quedó abandonado hasta que salió a subasta. Los sillares de Sacramenia fueron comprados para una especie de parque temático del medievo en Miami, pero no tuvo éxito y acabó en California en un lugar pintoresco para celebrar bodas. Fue un despojo que se pudo evitar porque las autoridades tuvieron noticias de ello».

La Dirección de Bellas Artes y las Comisiones de Monumentos de cada provincia firmaron muchos de los permisos de esas operaciones. También la Iglesia vendió indiscriminadamente. El arzobispo Gandásegui de Valladolid, por ejemplo, liquidó los 'grecos' de la Catedral, así como la reja y la sillería del coro, en las obras de ampliación de la nave para el culto.

Los pocos requisamientos que se realizaron en estas operaciones comerciales se depositaban en los museos. «El despojo se produjo en toda España pero las condiciones de Castilla y León -núcleos rurales aislados y grandes tesoros en pequeñas poblaciones- eran óptimas. El norte de Burgos, por ejemplo, fue saqueado en los años veinte».

Y curiosa también fue la vuelta de algunas piezas. Por ejemplo las pinturas de San Baudelio. Parte de ellas que vuelven gracias a la negociación del Estado Español con el Metropolitan (1956). «Querían un ábside y se cambió el de Fuentidueña por las escenas cinegéticas de San Baudelio». Suerte distinta corrieron muchos otros vestigios que son 'custodiados' al otro lado del Atlántico.

Fuente: El Norte de Castilla

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