A partir de ahora no va a ser tan sencillo que nos den churras por merinas. Y si no que se lo pregunten a los corderos y lechazos de Castilla y León, que, apelando a las leyes de inmigración y extranjería, a partir de ahora no irán a ninguna parte sin su correspondiente DNI. Además estarán más de moda que nunca, no por las excelencias de su carne, de sobra conocidas, sino porque un microchip decorará sus perforadas orejas cual piercing de última tendencia. En el lenguaje ovino este microchip se llama crotal electrónico y se les coloca a los lechazos justo en el momento de nacer, para almacenar a lo largo de su corta vida - unos 25 días antes de ir al matadero- todos los pasos que van dando. Desde quién es su madre, dónde y cuándo ha nacido, qué ganadero lo ha criado, en qué explotación, en qué provincia y en qué pueblo y a qué raza o cruce pertenece.
Antes con una especie de PDA, pero muy sencillita, -que así se evita que los pastores tengan que hacer un curso acelerado de manejo de nuevas tecnologías- se empareja eternamente a la madre con el hijo. Y es que las ovejas fueron antes corderas a las que se les colocó un bolo ruminal -que así se llama técnicamente- en la primera panza y que si bien, no les pone nombre, si las identifica con un número, que hasta ahora sólo se usaba para tener controlados a los animales y de paso dar cuentas a Sanidad, que eso nunca sobra.
Aprovechando que las ovejas ya estaban fichadas, a la Junta de Castilla y León se le ha ocurrido fichar también a los lechazos. Pero esta vez no sólo para tenerlos controlados, sino para aportar una información que de un valor añadido a este producto y que sirva para diferenciarlo de los que no son de esta tierra, en la que los inmigrantes ovinos no están nada bien vistos, sobre todo si vienen de Francia y en Navidad.
Dicho y hecho. La administración se ha gastado 350.000 euros en la compra de 159 PDAs y los crotales, bolos y etiquetas necesarios para poner en marcha este sistema, al que han llamado de trazabilidad de la carne de ovino de Castilla y León y que sirve para seguir todo el recorrido que ha hecho un lechazo, pero a la inversa, desde el momento en que se compra en la carnicería hasta el día en que nació.
Al proyecto se han apuntado otros 159 ganaderos, que se han familiarizado con las nuevas tecnologías y en sus explotaciones pueden oírse ahora frases como «pásame la PDA, que voy a identificar los lechazos que han nacido hoy» o «espera, que acabo de enviárselo a la web de la Junta por GPRS».
Y es que este lector, en el que se hacen las anotaciones de cada animal, busca red por GPRS y transmite en un pis pas, si la cobertura lo permite, los datos del dulce corderito a la web de la Junta, www.ganaderia.jcyl.es/corderos. Unos datos únicos, intransferibles e imposibles de manipular o replicar y una especie de carné de identidad ovino a la medida de la especie.
Pero el proceso no acaba aquí y cuando los lechazos alcanzan la madurez ideal para formar parte de nuestros guisos, es decir, cuando se decide que están listos para el sacrificio, llega el turno del transportista, por supuesto autorizado, previo paso por un curso de bienestar y salud animal, que llevará los corderos a uno de los tres mataderos que, hasta este momento, están autorizados en el marco de este sistema en Castilla y León.
Una vez sacrificado y descuartizado el animal, en el matadero se etiqueta, leyendo el crotal que se le puso en la oreja al nacer. De esta forma cada marca contiene todos los datos del animal pero en tres lenguajes distintos.
Una impresión normal en la que el común de los mortales podemos leer las características del animal, número de identificación, raza, denominación, ganadería y ganadero, localidad... y que incluye, incluso, un mapa geográfico donde se sitúa el municipio donde nació y se crió el lechazo en cuestión. Una escritura en código de barras tipo BIDI para teléfonos móviles y lectores industriales específicos. Al leer este código aparece la web de la Junta de Castilla y León con el lechazo que estamos comprando y la foto del ganadero responsable de la explotación. Una comprobación que podremos hacer en la misma carnicería si la tecnología que llevamos en el bolsillo nos lo permite.
Y por último hay otra escritura oculta, una etiqueta electrónica con un microchip y una antena que sirve para que tanto los mataderos, como las carnicerías, supermercados y grandes superficies, puedan gestionar sus pedidos ovinos sin moverse del despacho. De momento todo esto es un proyecto piloto al que a partir de este mes de enero podrán sumarse, si así lo solicitan, los 2.500 ganaderos de ovino que hay en Castilla y León para diferenciar su producto del resto.
La idea es tener identificados a todos los lechazos que se críen en esta comunidad, aportando una información añadida por la que el consumidor podrá decidir lo que se lleva a la mesa y elegir si compra churras o merinas.
Almudena Alvarez
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