14 de mayo de 2010

Un fraile entre cárcavas

Hay quien piensa que el desfiladero labrado por el humilde arroyo del Valle entre las localidades de Valle de Tabladillo y Castroserracín da para montar un parque geológico de primera. Para ello se apoyan en unas peculiaridades paisajísticas que, a todas luces, hacen de este lugar -humilde en dimensiones, grande en interés- un paraje de indudable encanto.

Para empezar, es más que llamativo el tenso contraste que, de un simple vistazo, se aprecia entre las áridas laderas que acotan el estrecho cañón fluvial, totalmente descarnadas de vegetación y sombras, y la abigarrada floresta que se aprieta en su fondo: es como si toda la fertilidad de las cuestas hubiera huido ladera abajo para conformar un estrecho y alargado bosque, fresco y tan amplio en variedades arbóreas que más parece jardín botánico. Ese es el espacio también en el que prosperan, a uno y otro lado de la carretera, las huertas en las que se afanan con un llamativo encono los habitantes de este apartado rincón de la provincia de Segovia. Y por el medio, abriéndose paso entre ambas laderas desde hace millones de años un arroyo tan humilde que se pasa de un salto.
La explicación que dan los geólogos para entender el por qué de un paisaje como este lleva hasta Cretácico superior. El mar lo inunda todo y lo que hoy son llanuras pedregosas es entonces, y durante millones de años, el fondo de un mar que va variando de nivel hasta desaparecer por completo. Un largo proceso que va teniendo su final en forma de aguas someras, con poca profundidad y un clima subtropical que propicia la evaporación mientras el fondo de aquellas grandes lagunas va acumulando sedimentos de tipo calcáreo -conchas de moluscos, algas...-. Las sales de aquellas aguas, acumuladas durante millones de años en el fondo marino dieron lugar aquí, en Valle de Tabladillo, a la formación de unos yesos que hasta los años 90 del pasado siglo, tuvieron reputación propia. La mezcla de distintos materiales, en distintas proporciones, tiempos y lugares, es lo que da pie a la formación de distintos tipos de rocas. Y el comportamiento de esas rocas frente a la erosión posterior es lo que da lugar a que unas desaparezcan, abriendo encajonados cañones fluviales, y otras permanezcan dejándose modelar por el viento y el agua.
Por eso hay un fraile de dimensiones ciclópeas vigilando el tránsito de quienes se adentran por el cañón que une las localidades de Valle de Tabladillo y Castroserracín. O al menos esa es la forma que, según desde donde se mire, ha adquirido uno de los torreones rocosos que caracterizan este cañón solitario. Es, eso sí, uno más de los habitantes silentes que, petrificados por hechizo o brujería, van entreteniendo la imaginación cada vez más excitada del caminante que se anima a disfrutar de un paseo tan estimulante como instructivo.
Arranca este de la localidad de Valle Tabladillo, que se alarga al pie de la carretera obligada por las estrecheces del cañón. Las mismas apreturas que le fuerzan a tener un barrio al pie de la carretera pero un par de kilómetros más allá. Por eso el primer tramo del paseo discurre entre Valle de Tabladillo y Barrio de Arriba. Y aunque puede hacerse por la carretera, merece más la pena localizar el camino que discurre paralelo a ella pero por el lado opuesto del valle. El arranque del camino se localiza junto al gran frontón cubierto con que cuenta la localidad.
Entre huertas y choperas
Justo antes de enlazar de nuevo con la carretera y llegar hasta Barrio de Arriba también merece la pena subir hasta los restos de la ermita románica de San Cristóbal, de la que sólo permanece en pie un hastial. Desde ella se descubre una hermosa panorámica del entorno. Hacia el sur resulta llamativa la brecha abierta también por un arroyo humilde en medio de un paredón de roca y hasta donde es posible acercarse.
Para acometer el segundo tramo del paseo que conduce hasta Castroserracín es preciso salir a la carretera y retroceder unos metros hacia Barrio de Arriba. Tras pasar de nuevo a la orilla derecha del arroyo del Valle, justo a la entrada del núcleo de población, surge hacia la derecha el camino que se dirige hacia el interior del cañón. Entre huertas, frondosas choperas y árboles frutales discurren los primeros compases hasta que, a 580 metros del inicio del camino, toca coger el ramal derecho de una bifurcación dejando que el otro ramal tome algo de altura.
No muchos metros más adelante la estrechez del cañón da sólo para el paso del río y la senda que lo acompaña. Pero es un breve cuello de botella tras el cual se abren una serie de revueltas en la que aún perviven algunas construcciones ganaderas y un viejo aprisco que aprovecha una gran cárcava abierta en mitad de la pared.
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Es al final del siguiente estrechamiento cuando aparece, inconfundible, la figura monumental del fraile rocoso. Y algo más allá, pero en la vega de enfrente, una pareja igual de grande a la que identifican como dos monjas pero que también pueden verse como un rey y una reina de cuento.
Finalizado el tramo más arriscado del tajo el camino alcanza un puente por el que se pasa de nuevo a la orilla izquierda, enfilando junto a una chopera hasta salir a la carretera. Del otro lado, y aunque no hay un camino definido, se puede llegar caminando a media ladera y luego junto a la orilla del río hasta Castroserracín. Muy cerca de donde se cruza el río, aguas arriba, hay una vieja fuente y unas mesas en las que reponer fuerzas.
En marcha. A Valle de Tabladillo puede llegarse desde Segovia a través de Turégano y Cantalejo. Muy cerca de Burgomillodo sale el desvío SG-V-2415 que lleva hasta la localidad.
El paseo. No está señalizado pero se sigue muy fácilmente. Entre Valle de Tabladillo de Castroserracín median unos 7 km que pueden realizarse en unas dos horas. La vuelta se realiza por el mismo camino. Se puede hacer con niños. Puede encontrarse información de esta y otras rutas por la zona en la página web: www.codinse.com/turismo.php

 
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